Elogio de la Pedagogía

En el presente artículo, Jorge Casesmeiro Roger, en el actual contexto de crisis del sistema según la opinión de muchos, abre un espacio de reflexión sobre la pertinencia y oportunidad de analizar cuestiones relativas a la educación, y más concretamente a la pedagogía, a la luz de preguntas y planteamientos que alumbraron la cuna de nuestra civilización

Elogio de la Pedagogía

Jorge Casesmeiro RogerJorge Casesmeiro Roger
Consultor y terapeuta. Director del centro Psicopaidos y asesor del Colegio Profesional de la Educación en Madrid. Texto publicado en Comunidad Escolar. Periódico Digital de Información Educativa, nº 906, el 7 de marzo de 2012. Tribuna Libre.

Los griegos, que inventaron la Pedagogía, seformularon tres preguntas todavía capitales. Primera: ¿Es la educación una ciencia o un arte? Segunda: ¿Está destinada a la infancia o debería extenderse a la madurez? Y tercera: ¿Es posible mejorar la naturaleza humana por medio del aprendizaje? Si la conciencia, como sugirió Guitton, es “el murmullo interior de lo esencial eterno” [1], estas preguntas son la expresión inaugural de la conciencia educativa. Con ellas, los helenos nos legaron el reto de desarrollar sus intuiciones más esenciales y eternas. Desde entonces, toda cultura que ha protagonizado momentos históricos realmente estelares ha afrontado estos interrogantes con la misma gravedad y audacia que mostraron los áticos hace dos mil cuatrocientos años. Es más, en el contexto de una crisis sistémica como la que atravesamos, que nuestra civilización pueda refundarse como tal depende en gran medida de la actitud que adoptemos ante estos tres desafíos fundacionales de la conciencia educativa.

Misión que es preciso acometer desde la Pedagogía, o por lo menos con ella, ya que después de todo se trata de la Ciencia de la Educación. Sí, ya, pero ¿ciencia o arte? Primer desafío. Respuesta: la ciencia más bella y el arte más serio. Paradoja que no resuelve el enigma, pero que tampoco elude la cuestión. La instala, simplemente, en el paradigma de su propia complejidad. Ya los griegos, maestros del equilibrio, resolvieron calificarla como techné, lo que la dejaba a medio camino, más libre y flexible, pero también en tierra de todos­, relegada al estigma de cierta bastardía, disminuida a simple conocimiento aplicado sin entidad propia. La Pedagogía siempre ha tenido, no obstante, su propio estatuto epistemológico en la Didáctica: disciplina centrada en el estudio de la enseñanza como proceso inteligente, ético y sensible. Este es el rotor o sustento de su existencia en el contexto de las relaciones humanas. Es por esto que la Pedagogía ha adaptado, durante su andadura, enfoques de las más diversas materias en aras de configurar un sistema de aproximación propio, apto para investigar y sistematizar el fenómeno educativo con el mayor rigor posible. Por emplear un símil ilustrativo, la ocupación de la Pedagogía sería la trasposición al campo educativo de las Six W o seis preguntas maestras del periodismo anglosajón: What, When, Where, Who, How, Why. Es decir, qué enseñar, cuándo, dónde, quién debe hacerlo, cómo y por qué. Que este empeño dé lugar a procesos mesurables y resultados predecibles ya es otra cuestión. Como argumenta Gage: “En el ámbito del conocimiento pedagógico, muchas veces es impropio su planteamiento, no sólo por la complejidad de fuentes de valores independientes, sino por su carácter cambiante, a veces evolutivo y a veces oscilante y caótico, y porque después va a aflorar en forma de comunicación. Desde de este punto de vista, no es posible el conocimiento científico en Educación” [2]. Porque la predicción y el control positivistas no bastan para comprender y orientar al hombre. Pero ya lo escribió Xirau recordando los teoremas de Gödel: “Si las matemáticas no son totalmente axiomatizables, menos lo serán las ciencias humanas, esas que Dámaso Alonso ha llamado ‘ciencias del deseo’” [3].

Perfectibilidad

¿Y cuál sería, siguiendo al poeta, el deseo troncal de la Pedagogía? Lo diré sin pudor: Felicidad. En este bicentenario de nuestra frustrada Constitución de Cádiz (1812-2012) asombra leer en su artículo 13: “El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen” [4]. Una pretensión que hoy puede parecernos desmedida, pero vinculada entonces a los ideales de Razón, Progreso, Libertad, Virtud y Utilidad. Como anota el profesor Fernández García, si la felicidad fue un emblema de la Ilustración es porque representaba: “Un optimismo básico con respecto a la capacidad del hombre para dominar la naturaleza mediante el progreso científico y la creencia en la perfectibilidad del hombre y la sociedad” [5]. Así entendida, la felicidad era tenida por el resultado de un merecimiento, el producto de un esfuerzo formativo que tenía en la vida práctica su mejor escenario para la acción. Con semejante zeitgeist o espíritu de los tiempos, la Pedagogía experimentó un notable desarrollo, y la educación se convirtió en la prestigiosa ocupación de las mentes más brillantes de Occidente. Lo mismo había sucedido ya en el Renacimiento, como antes durante la Antigüedad Clásica. Porque el interés por la Pedagogía siempre ha sido un distintivo del humanismo, actitud vital que consiste en tomar al hombre por medida, incluyendo el horizonte de sus sueños y su inteligencia, voluntad y sensibilidad para realizarlos o acercarse más a ellos. La evolución cultural no es, en definitiva, un proceso de aprendizaje espontáneo. Es precisa una gran condensación de experiencia y energía para que el acto educativo contribuya realmente a una mejora del hombre, y no a un entorpecimiento de su desarrollo. Exige Pedagogía. La idea de plasticidad, por ejemplo, tan asociada hoy a las neurociencias, estaba ya presente entre los pedagogos griegos. Jaeger escribió al respecto: “El concepto de plasticidad del alma juvenil procede acaso de Platón, y la bella idea de que el arte compensa las deficiencias procede de Aristóteles, aunque ambas tengan sus antecedentes sofísticos” [6].

Proceso vital

Lo que tras el circunloquio que me ha adelantado al tercer desafío me devuelve ahora al segundo de la lista: ¿Es que el hombre sólo es educable hasta su juventud? ¿Son entonces los niños los destinatarios de la Pedagogía? Quizá las actuales Universidades de Mayores, las crecientes Escuelas de Padres y la abundante oferta de formación para adultos (de ocio, profesional y terapéutica) sea la mejor respuesta ante semejante reduccionismo de la competencia pedagógica. Pero también aquí los griegos reclaman la paternidad de su intuición: “Desde la época de los sofistas, todas las cabezas de la paideia griega, y sobre todo Platón e Isócrates, estaban de acuerdo en que la paideia no se limitaba a la enseñanza escolar. Para ellos era cultura, formación del alma humana. Eso es lo que diferencia la paideia griega del sistema educativo de otras naciones. Era un ideal absoluto” [7]. Y sobre los sofistas, auténticos iniciadores de la Pedagogía, subraya Jaeger: “Es característico del nuevo concepto de la educación el hecho de que Protágoras piense que la educación no termina con la salida de la escuela. En cierto modo podría decirse que empieza entonces” [8]. Pues para los griegos, por abundar más: “El contenido entero de la educación debió forzosamente realizarse en el momento en que la acción educadora no se limitó ya exclusivamente a la niñez; es decir, cuando aplicada con especial rigor al hombre adulto ya no halló límite fijo en la vida del hombre. Entonces se dio por primera vez una paideia del hombre adulto” [9]. Educación, cultura, civilización… La paideia comprendía todos estos conceptos: “Desde los primeros esfuerzos del hombre para dominar la naturaleza elemental, hasta lo más alto de la autoformación del espíritu humano” [10]. Empeño que, bien mirado, tiene una de sus líneas de continuidad en la ambiciosa definición de orientación psicopedagógica de Álvarez y Bisquerra: “Entendiéndola como un proceso de ayuda y acompañamiento continuo a todas las personas, en todos sus aspectos, con objeto de potenciar la prevención y el desarrollo humano a lo largo de toda la vida” [11].

Vivir en crisis (del gr. krinein: separar, decidir) significa tomar decisiones. En medicina, el punto crítico es aquel que oscila entre la vida y la muerte. Sin abundar en el patetismo, lo cierto es que la crisis nos introduce en un estado de emergencia que conviene mantener bajo el umbral de la histeria. Porque para cribar y escoger adecuadamente hace falta criterio, y por lo tanto serenidad. Más criterio que opinión y más espíritu crítico que espíritu de crítica, por lo mismo que vale más la música que el ruido. Una crisis, así afrontada, es preámbulo de crecimiento. En este momento de crisis y cambio empieza a hablarse en España de educación tanto como de economía; o más bien al hilo de la misma, que no es lo mismo. Sea como fuere, mientras lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer –si es que algo nuevo nos espera–, parece oportuno traer a colación las virtudes constitutivas de la buena Pedagogía desde sus orígenes: entusiasmo, humanismo, pragmatismo, libertad, progreso. Si la hora de la educación ha llegado, es la hora de la Pedagogía. Porque no hay disciplina que conozca el fenómeno educativo desde tantas aristas, ninguna que lo ame tanto. Quizá estemos a las puertas de ese futuro visualizado por Ortega en 1923, ese en el que: “A todo el mundo le parecerá evidente que es la política quien debe adaptarse a la pedagogía, la cual conquistará sus propios y sublimes fines. Cosa, por cierto, que ya soñó Platón” [12]. Trabajemos por el sueño de esa conquista.

Referencias:
[1] Guitton, Jean: Aprender a vivir y a pensar (1957), Encuentro, Madrid 2006, p. 63.
[2] Gage, N.L. (1993). En De la Herrán, Agustín; Hashimoto, Ernesto; y Machado, Evelio: Investigar en educación. Fundamentos, aplicación y nuevas perspectivas, Dilex S.L., Madrid 2005, p. 403.
[3] Xirau, Ramón: El desarrollo y las crisis de la filosofía occidental, Alianza, Madrid 1975, pp. 190-1.
[4] Fenández García, Antonio (edición, introducción y notas): La Constitución de Cádiz (1812) y discurso prelimilar a la Constitución, Clásicos Castalia, Madrid 2002, p. 94.
[5] Fernández García, A.: Ibídem.
[6] Jaeger, Werner: Paideia. Los ideales de la cultura griega (1933), FCE, México 1993, p. 286.
[7] Jaeger, W.: Ibídem, p. 51.
[8] Jaeger, W.: Ibídem, p. 283.
[9] Jaeger, W.: Ibídem, p. 277.
[10] Jaeger, W.: Ibídem, p. 286.
[11] Álvarez, Manuel; y Bisquerra, Rafael: Manual de orientación y tutoría, Praxis, Barcelona 1996, p. 23.
[12] Ortega y Gasset, José: “Pedagogía y anacronismo” (Revista de Pedagogía, enero, 1923). En Misión de la Universidad, Alianza Editorial, Madrid 2002, p. 158.

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